Muerte en Venecia es el título de una novela del premio nobel alemán Tomas Mann y de una película de Luchino Visconti, quienes narran el retiro de un viejo escritor, cansado y agotado intelectualmente, en la espléndida ciudad italiana donde el protagonista descubre silencioso un amor prohibido e imposible. Su decadencia al igual que la de la ciudad pletórica de catedrales y “palazzos” no son contradictorias. El escritor siente que muere después de una vida de aportes positivos ante un amor platónico e inalcanzable, y la ciudad sabe que padece una epidemia de cólera, que se halla amenazada y que su futuro no podrá igualar el fulgor de su pasado.La novela y la película vienen a la mente ante la exposición Volar el Río, última muestra de la serie que Sair García ha dedicado al río Magdalena y la cual versa principalmente sobre Nueva Venecia, una población palafítica sobre la Ciénaga Grande de Santa Marta, en la cual la belleza y la muerte, como en la Venecia de Mann y Visconti, rondan incansables.La muestra, que tiene lugar en la galería Duque Arango, y en la cual el artista continúa su melancólico recorrido por el Magdalena como en busca de la serenidad y el sosiego que en alguna ocasión dolorosa se llevó el río. Con tal propósito ha surcado y representado sus aguas desde su nacimiento donde son cristalinas, puras y encañonadas por piedras que sostienen un animado diálogo lítico con las esculturas del Parque Arqueológico de San Agustín.En el Magdalena medio, Barrancabermeja, ciudad natal del artista y puerto petrolero en el cual, desde los tiempos del cacique Pipatón la resistencia y la rebeldía constituyen una tradición, es, para García no sólo el sustrato de su producción sino un lugar de recuerdos agridulces los cuales impregnan sus pigmentos conduciéndolo a representar melancólicos paisajes de ensueño en los horizontes laterales del río.Pero, el horizonte no es más que el límite de nuestra visión, ya que hay mucho más que vegetación en esas tierras feraces. El espíritu de las pinturas, entre resplandeciente y nostálgico, conduce a deducir que también hay crueldad enterrada y tristeza sembrada, y que hay ecos de dolor apaciguados por el verde intenso de las hojas de plátano, grandes, flexibles, impermeables.El Magdalena fue, en tiempos del Nuevo Reino de Granada, un río majestuoso que cautivó a los españoles pero que también facilitó la barbarie ocurrida en la europeización del país. Se convirtió posteriormente en la principal vía de comunicación nacional y más adelante, en la puerta por donde entraron el comercio, la ganadería y la industria que después lo amenazarían de muerte.También hubo en el siglo XIX y comienzos del XX varios puertos y pueblos de pescadores a orillas del río que vivieron de sus aguas, pero la pesca ha disminuido como en general la fauna aledaña, la desforestación ha aumentado exponencialmente, carreteras mal diseñadas han obstruido su libre circulación, y para completar, el Magdalena es el receptor de los vertimientos no tratados de las poblaciones ribereñas. Afortunadamente han surgido personas, como Sair García, y empresas empeñadas en recuperar el río, que han logrado despertar conciencia y mejorar en algunos aspectos la situación de nuestro emblemático raudal.Ya en el bajo Magdalena cerca de su desembocadura en el mar Caribe, se convierte en un ancho y vigoroso cuerpo de agua que anuncia la cercanía del mar, pero no sin antes permitir que un brazo suyo se dirija hacia la izquierda, hacia Tasajera, para irrigar varios humedales, caños y ciénagas entre ellos la Ciénaga Grande enclave de Nueva Venecia, de la cual puede afirmarse que, aunque el aislamiento y la naturaleza no pudieron erradicar la crueldad ni el dolor, sí han conseguido proteger la inocencia.García ha logrado transmitir artísticamente la esencia, el carácter de Nueva Venecia, mezcla de tragedia y poesía, de dolor y resiliencia, enmarcados en un atractivo paisaje donde la naturaleza ha sido generosa y le ha conferido una importancia ecológica reconocida.Las pinturas de García representan el pueblo con sus casas que parecieran poder desplazarse sobre sus extremidades de madera, pero que en realidad descansan sobre un sistema de pilares insertados en la tierra bajo las aguas mansas. Los colores vívidos y fuertes de las casas parecen diluirse en sus reflejos en el agua como se disuelven con el tiempo las remembranzas, bien sean bellas como las de los grandes salones de la Venecia italiana, o tan dolorosas como los de la masacre que trajo el río y que diezmó la población de Nueva Venecia en épocas aciagas, difíciles de olvidar.Tal vez a esos recuerdos se deba el silencio que parece proyectar la obra de García, como si los sonidos pudieran ahuyentar vivencias. Además, la soledad también es habitual en sus pinturas, pero es una soledad aparente puesto que, aunque la población entera no se haya retratado “in situ”, la población entera es la protagonista.Los “neovenecianos” todos, hombres y mujeres están presentes en las pinturas a través de los colores de las casas, en la particularidad de cada canoa, en los objetos dejados en ellas, en la distribución de las viviendas. En fin, en todo aquello que confiere identidad a la población.Una bandada de pequeños gallinazos (hechos en metal) que vuela bajo, pero que obliga al observador a mirar hacia arriba, hacia el cielo, como toca, reivindica a esta ave, despreciada por su dieta, pero cuya función ecológica es más que necesaria. La instalación constituye una especie de “cardumen” pero de aves negras enseñando su vuelo orgulloso, indiferente y algunas veces circular, alertando sobre acaecimientos fatales.Es claro que el hecho de estar construida sobre agua como la Venecia italiana fue la razón de haber bautizado a la población colombiana como Nueva Venecia, y pese a la enorme distancia geográfica y temporal entre las dos poblaciones ese parangón induce a descubrir similitudes y diferencias. En ese ejercicio surge la comparación entre Muerte en Venecia y Volar el río, ya que en ambas narraciones acecha la muerte, pero mientras para Mann se trata del ineludible fin de una obsesión, para García constituye un episodio que es perentorio superar y una amenaza latente.También la belleza apunta en ambas direcciones, por una parte, hacia el deleite sensual de la Venecia antigua, y por otra parte, hacia los brillos metálicos y el rico cromatismo de la obra de García. Pero no es tanto esa belleza la que busca García, sino la belleza de la verdad, de lo cierto, puesto que sabe que son conceptos inseparables. Y por ello le entusiasma que su obra divulgue verdades sobre la naturaleza humana, la sociedad y el mundo, a través de contenidos como los que implica la situación e historia de Nueva Venecia.Al respecto ha expresado el artista que la serie ha sido “un homenaje no solo a las víctimas, que son muchísimas, sino a la resistencia y resiliencia de las poblaciones tanto ribereñas como a la colombiana en general, que, a pesar de caer mil veces, vuelve y se levanta, y pesca, y siembra, y pare hijos, en un pleno acto de fe por este pedazo de tierra tan maltratado y herido”.Y esta serie sobre el Magdalena ha cumplido fielmente su propósito como arte, puesto que en su desarrollo ha consolidado un lenguaje singular y efectivo para transmitir dolores y esperanzas, hechos y circunstancias que sería difícil comunicar con palabras.Volviendo a Mann y Visconti, es adecuado concluir que, si la belleza de la vieja Venecia es el escenario propicio para la tragedia platónica pero dolorosa del personaje central de la novela y el filme, la belleza de Nueva Venecia es el telón de boca ideal para iniciar la presentación visual de una narración en la que se pueden equiparar la belleza y la verdad como propuso Platón.
Eduardo Serrano
Curador y crítico de Arte
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Sair García makes a melancholic journey through the Magdalena as if in search of serenity. The spirit of the paintings, between resplendent and nostalgic, leads one to deduce that there is also buried cruelty and sown sadness.García’s paintings depict the village with its houses that seem to be able to move on their wooden extremities, but in reality rest on a system of pillars inserted into the earth under the calm waters. The vivid and strong colors of the houses seem to dilute in their reflections in the water as the memories dissolve with time, whether beautiful as those of the great salons of Italian Venice, or as painful as those of the massacre that brought the river and decimated the population of New Venice in fateful times, difficult to forget.